sábado, 27 de noviembre de 2010

Ole la novia de mi ex


Vamos a ponernos en la piel de una damisela a la que su novio, con el que se va a vivir este mismo fin de semana, por tanto, están de mudanza, atareadísimos y, a la vez, entendemos que muy ilusionados con el cambio. Le comenta que va a hacer otra mudanza: 48 horas antes que la propia, teniendo que recorrer 800 km y, atención, siendo la interesada su ex...

Y bien, dicha damisela no sólo no arde de rabia, ni se deprime por rumiar celosamente, ni siquiera se la guarda. Sino que, para asombro de propios y extraños, hasta le deja el "tomtom" para el viaje. Para las mentes retorcidas, no, no es una estrategia para ver cómo la ex se aleja definitivamente.

Hablándolo con una amiga, que también ayudó en el movimiento de cajas y enseres, no podíamos imaginar a ninguna de nuestras congéneres, casi ni a nosotras mismas, reaccionando bien en una situación similar.

Yo sería de las rumiantes, al menos mascaría algo de preocupación. Pero claro, depende de la ex y de la relación que con ella mantenga tu medio limón... Y aún así...

En este caso, como la ex soy yo y sé que soy maja (mucho, mucho), que nosotros ya sólo somos amigos y que no me siento ni una pizca atraida por él, y sé que él por mí lo mismo, pues tengo normalizado que pueda ayudarme. Pero si me pongo en la piel de la susidicha:  ¡¡ole, ole y ole!! Eso es una tía estupenda y lo demás son historias.

O, quizás, es que esa es la única manera exitosa de llevar a buen puerto una relación con "el susodicho", buena y gran persona pero complejo en sus compromisos como el solo, espero, de corazón, que sean felices y coman perdices. Se lo merecen.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Retazos I

Tan negra se mantenía la estancia que no había ni un solo destello que pudiera reflejarse en las lágrimas de impotencia que estaba derramando. Eran muy pocas, apenas suficientes para resbalar por su mejilla.

No estaba triste, sólo derrotada.

Su intelecto lo estaba llevando bien, su niña interna no tanto. La foto que habitaba en esa mesita prestada le recordaba sus bucles cobres, su mirada enorme, perdida, su tez luminosamente blanca y esa sonrisa pícara y deliciosa que su actual dueña poco se había preocupado en cuidar.

Podía haber sido peor decían todos, desde los manuales de medicina hasta los parientes más cercanos. Pero eso no quitaba culpa al agravio producido a la pequeña que aún residía en su interior. Aunque nada podía haber hecho la actual dueña de la cobriza melena, sguía pidiendo perdón hacia dentro por si eso pudiera subsanar alguno de los pasos ciegamente dados en el trayecto vital que habían recorrido.

Prometió, y no fue vacía la apuesta, que seguirían el plan acordado de ahora en adelante.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Fingiendo falsedades

Mentira. Si es todo mentira. Esto que nos pasa, puras falacias. No te rías, no quería hacer poesía. Ni drama. Para. No sigas. Voy a enfadarme, escupiré lo que pienso y saldrás herido.

Mentira. ¿Todo esto? Mentira. No te crees lo que dices. Enmascaras lo que sientes y evitas a tus instintos. Son en vano tus intentos de seguir impertérrito e inmune.

No lo consigues porque tu púlpito, lleno de razones, es en realidad una caverna de inseguridades y falta de humildad.

Mentiroso, no te rías. Qué me haces sonreír. Quiero seguir siendo una inagotable y áspera quisquillosa.

No te acerques. Sigue mintiendo.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Tontas las princesas y más los príncipes...

Eran acantalidos escarchados sobre un mar agridulce lo que la princesa lánguidamente contemplaba desde su ventana. Sus ojos grises se clavaban sobre el sol azulado que luchaba por no ahogarse en las aguas que trataban de mecerlo.

La avioneta que le servía de vía de escape hacia tierras más sureñas andaba deambulante por el patio, aburrida y tratando de matar el tiempo buscando jugosas setas venenosas en las esquinas del torreón. Quince aristas hacían de él el más original, y hortera, de los castillos aledaños.

La princesa repudiaba todo aquello que, amenazante, se desarrollaba al otro lado del océano finito que escudriñaba con ansia... Aquello que amaba lo había acumulado dentro del torreón. Llevaba tiempo sin pasear por los campos que se extendían felices y luminosos desde el acantilado y hacia el interior. Ya ni siquiera bajaba por la escalinata hasta la playa para que sus pies, antes siempre descalzos, disfrutaran de la húmeda y punzante arena de su cala favorita.

Su príncipe azul no paraba de hablar y hablar de sí mismo dentro de la estancia, quejándose de que el sol no saliera de noche y de que el mar hubiera decidido calmarse. También de que su motocicleta no andase sola y de que su música favorita sonara, cada día, más distorsionada. Sobre todo, lamentaba que su princesa no le siguiera agasajando cómo solia ser su costumbre. Entonces nubarrones tormentosos aparecían sobre las cejas de la princesa. Las mismas se enarcaban, eso acarreaba que los labios sel príncipe se tensaran y la tozuda pareja comenzaba a discutir.

Era tal el candor de sus riñas que todo se volvía borroso.

Sin escucharse el uno al otro olvidaban habitualmente que lo que les unía era a su vez su mayor miedo. El amor que se procesaban y que eran incapaces de metabolizar, como para dejarse llevar y romper las barreras que les permitirían dejar sus coronas y reinos para convertirse en simples y eufóricos campesinos.